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Amaya Apesteguía

Navarra de nacimiento y vocación, vive feliz en Madrid desde hace veinte años. Trabaja en la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU), desde donde ha coordinado proyectos de investigación pioneros sobre consumo colaborativo “Collaboration or business” (OCU, 2016) y consumo sostenible “Otro consumo para un futuro mejor” (OCU&NESI, 2019). Le interesa la reflexión sobre la ética, el bienestar humano y el progreso social, y ha colaborado con Naciones unidas en el programa de información al consumidor del ODS 12”Consumo y Producción sostenible”.

Está demostrado que las sociedades más materialistas son menos felices

Preguntas y respuestas

Empezamos con una pregunta que nos dijo María Rodríguez que te hiciéramos: “El consumidor del siglo XXI: ¿hacia dónde camina en la época de la omnicanalidad y conexión informática inteligente?”

Creo que lo que mueve al consumidor sigue siendo la eficiencia y el ahorro, encontrar productos de buena calidad a buen precio, algo que con la omnicanalidad es más sencillo ya que tenemos la posibilidad de comparar desde nuestro móvil. Esta motivación se ve teñida de una inquietud social y medioambiental creciente, que se expresa en diferentes grados en cada persona: los jóvenes tienen más inquietudes “eco”, los más mayores se mueven más por temas de justicia social… pero en todos los casos el consumo ya está reflejando inquietudes éticas y es una tendencia que va a ir a más. Y esta tendencia hacia el consumo sostenible encuentra mucho potencial en lo digital, ya que podemos acceder a plataformas de segunda mano, webs de compra directa al productor, o directorios de manuales de reparación que nos facilitan realizar un consumo más consciente.

El que estemos más interconectados de manera digital nos lleva a la paradoja de la (des)confianza: tenemos más información y herramientas que nunca para una transparencia radical que nos permita hacer un consumo informado (noticias, comparativas, peer reviews, etc.), pero no sabemos en quién confiar. Hemos dejado a un lado los referentes clásicos como instituciones, asociaciones o expertos y no sabemos si los nuevos referentes de la red son dignos de confianza, ni donde empieza la desinformación. Vivimos una época de incertidumbre y polarización a pesar de tener acceso a más información que nunca.

Has visto evolucionar al consumidor en España en los últimos 20 años. ¿Cuál es tu diagnóstico del consumidor español bajo el punto de vista del consumo responsable?

Estamos en una época de florecimiento para el consumo responsable. Décadas de sensibilización están dando sus frutos, y ahora conseguimos ir más allá de la crítica a “las empresas explotadoras” y enfocarnos a la acción, al “qué puedo hacer yo”.

Son muchas las personas que están tomando decisiones de consumo ético: dejar de comprar a empresas que no pagan impuestos, reducir el consumo innecesario, intentar arreglar antes de comprar, evitar el sobre-envasado o favorecer el bienestar animal son actitudes emergentes cada vez más habituales. Creo que estas tendencias se van a acentuar y en un futuro próximo habrá menos tolerancia a las actitudes insostenibles. Seremos más exigentes con las políticas públicas en temas medioambientales, rechazaremos a las empresas socialmente irresponsables y no aceptaremos los comportamientos individuales “poco cívicos” o “anti ecológicos”.

 

consumo colaborativo

¿Podrías explicarnos el concepto del consumo colaborativo y las ventajas para el medio ambiente?

Se llama “consumo colaborativo” a un conjunto de actividades extremadamente diversas que tienen poco en común entre ellas. ¿En qué se parece una empresa como Car2go que tiene una flota de coches en alquiler por horas, con Airbnb que es una plataforma en la que particulares y profesionales pueden poner en alquiler alojamiento vacacional o con un banco de tiempo donde los vecinos aportan su conocimiento sin dinero de por medio?

Es un nombre “paraguas” que más que a “colaborar” se refiere a intercambiar productos y servicios a través de plataformas digitales en los que una de las partes puede ser un particular, tanto en el rol de consumidor como de “prosumidor”. Recientemente OCU ha publicado un directorio con más de 400 plataformas de consumo colaborativo, acceso compartido y bajo demanda en la que se puede apreciar su diversidad.

En cuanto a sus ventajas para el medioambiente, algunas plataformas se dedican a recircular bienes infrautilizados para darles un segundo uso a través de la segunda mano o del uso colectivo. En estos casos parece evidente que un bien que se reutiliza tiene un impacto medioambiental positivo al evitar que se tenga que producir otro. Pero no está claro que no haya un efecto rebote si el ahorro de precio se destina a otra compra. Para mejorar el impacto medioambiental, es importante incidir en la educación y sensibilización al ciudadano.

Hay evidencias de que cada vez son más los consumidores sensibles con productos y servicios sostenibles. ¿Cuál crees que debería ser el siguiente paso?

En mi opinión personal, es importante hacer de la sostenibilidad una prioridad. Que no sean los consumidores “concienciados” quienes asuman el reto de la sostenibilidad pagando un coste extra por productos más éticos y ecológicos, sino que no existan productos insostenibles en el mercado. Algo similar a lo que pasó con la seguridad en los años 70. De la misma manera que ahora no concebimos que se vendan productos peligrosos para el consumidor, deberíamos articular mecanismos para que no se vendan productos dañinos para el medioambiente o la sociedad.

Basura

¿Qué es la Consumocracia? ¿Crees que hay indicios de que se haga realidad en un futuro próximo?

Es un concepto que explica la manera en que los ciudadanos modelamos el mundo en el que queremos vivir a través del consumo, integrando motivos éticos, ecológicos o políticos.

Venimos de una fase en la que había unas pocas personas activistas en vanguardia. Ahora estamos en otra en la que se ha puesto de moda. Se empieza a hablar del cambio climático, de los plásticos, del agotamiento de recursos… de temas hasta ahora restringidos a los más conocedores. La siguiente fase es la normalización, que sean temas absolutamente interiorizados por la sociedad y formen parte de nuestras decisiones y estilos de vida de manera natural.

Hasta hace poco, en la sociedad imperaba el cuanto más mejor. ¿Crees que aún hay mucho camino que recorrer para aceptar que hay que dejar de consumir aquello que no necesitamos realmente? ¿Cuáles serían tus propuestas para incentivar el cambio?

Creo que la base del cambio está en la educación y en la reflexión sobre qué nos hace felices. Está demostrado , que las sociedades más materialistas son menos felices, y sin embargo, nos han inculcado desde la publicidad la idea de que la felicidad residen en el consumo. El hiperconsumo se parece a una adicción: una satisfacción que dura poco, un gasto de dinero innecesario y unos efectos negativos a largo plazo. La solución es consumir “lo necesario” y buscar productos de buena calidad para que cumplan su función durante el mayor tiempo posible, en vez de comprar muchos productos baratos de mala calidad que consumen una cantidad innecesaria de materias primas e inundan de residuos los vertederos.

En alguna ocasión, has explicado que volver a lo local, es una de las grandes apuestas para lograr un consumo ético. ¿Qué beneficios puede aportar respecto a los mercados globales actuales?

Me interesa el concepto de economía distribuida frente al de concentración de la riqueza que caracteriza a la globalización. No creo que haya que demonizar los mercados globales, creo que son una fuente de valor si están fundamentados en los derechos humanos y el respeto al medioambiente, algo que como bien sabemos, no siempre ocurre. Sin embargo, la vuelta a lo local tiene muchísimo potencial para mejorar la resiliencia, permitir hacer frente a la despoblación, mejorar la distribución de la riqueza a pequeña escala, favorecer la soberanía alimentaria, recuperar nuestros ecosistemas y mejorar la cohesión social. Creo que es parte de la solución ante los grandes retos que tenemos por delante.

Cada vez hay más Pymes y MicroPymes que ofrecen productos y servicios sostenibles. Sin embargo, no tienen el músculo financiero para hacer grandes campañas de marketing. ¿Cómo crees que pueden darse a conocer al consumidor sostenible?

Las redes son una gran herramienta para este tipo de iniciativas. Participar en redes con otras empresas con las que compartan el mismo ideario: redes de la economía social y solidaria como REAS, redes de la economía de triple balance como Sannas, redes como las empresas B-Corp… También anunciarse en plataformas online “con valores” para visibilizar sus productos destacando su valor añadido sostenible.

¿Qué referente nos recomienda Amaya Apesteguía entrevistar para poder compartir consejos sobre consumo responsable? ¿Qué pregunta le harías?

Leire Iriarte, de Consuma Consciencia y El Buen Vivir. Creo que es muy interesante su visión del poder ciudadano y de la felicidad. Le preguntaría cuál cree que es el mejor camino para integrar el bienestar en la economía y el consumo.

 

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