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El mundo está mal repartido. Es algo sabido e incluso aceptado por la sociedad. Sin embargo, hay datos hirientes que deberían servirnos de acicate para un cambio de mentalidad individual global. Hoy vamos a hablar de una cuestión fundamental: el desperdicio alimentario. Ya hablamos del panorama de la alimentación en relación a su impacto medioambiental. Y lo hacemos en este artículo que se va actualizando año tras año por un simple motivo. Los datos del desperdicio alimentario no hacen más que empeorar,

Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO)  1.300 millones de toneladas de comida en el 2011; pero según WWF se alcanza los 2.500 millones de toneladas de alimentos. Cifras alarmantes si tenemos en cuenta los millones de personas que forman parte de las 51 naciones que conforman la lista de países de bajos ingresos y con déficit de alimentos (PBIDA) en el año 2018. Por cierto, 37 países de este listado son del continente africano. El eterno territorio olvidado.

Este dato tan impactante que ha desvelado el informe de WWF y la cadena multinacional Tesco significa que casi alrededor del 40% de la producción alimentaria se pierde en la cadena de fases que lleva desde la granja o campo al consumidor. 

A pesar de que todos los países tienen desperdicio alimentario, el nivel económico influye en qué momento o fase se produce esta pérdida de alimentos.

En los países con mayor poder económico (Europa, USA, Japón, China y Australia) se caracterizan por desperdiciar los alimentos en la última fase de la cadena: la del consumidor. Compramos más de que lo necesitamos. Un ejemplo más de la deriva en la que estamos inmersos los ciudadanos en las sociedades consumistas. Por eso es tan importante, lograr un consumo responsable y sostenible.

Por el contario, en los países con menos ingresos, la pérdida de alimentos se produce en casi todos los eslabones de la cadena alimentaria. Desde la producción a almacenamiento o el transporte. La razón está en la deficiencia en infraestructura, tecnología, transporte y falta de medios para una correcta conservación.

El desperdicio alimentario según el tipo de comida

A pesar de que la pérdida de alimentos es una constante en la actualidad, el porcentaje varía según el alimento. Os proponemos un repaso por cada grupo de alimento, aunque ya os avanzamos que hay alimentos que se desperdicia ¡casi el 50%!.

Lacteos: se calcula que hay un 20% de pérdida de lácteos. Sólo en Europa se pierden cada año ¡29 millones de toneladas de productos lácteos!

Pescado: Se calcular que hay un 35% de pérdida de pescado. Además del desperdicio del propio consumidor de pescado, está el hecho de que un 8% del pescado capturado a nivel mundial es devuelto al mar en pésimas condiciones para la supervivencia o directamente muertos.

Carne de vacuno: se calcula que hay un 20% de pérdida de carne. Este dato equivale a ¡75 millones de vacas! Otro elemento a tener en cuenta es que el sector ganadero genera un 18% más de CO2 que el sector transporte y, por tanto, uno de los causantes del empeoramiento del efecto invernadero.

Cereales: se calcula que hay un 30% de pérdida de cereales. Uno de los alimentos fundamentales para la alimentación y en los países con más poder adquisitivo se desperdician 286 millones de toneladas de productos cereales.

Raíces y tubérculos: se calcula que hay un 45% de pérdida de raíces y tubérculos. Solo en América del Norte y en Oceanía se lanzan 6 millones de toneladas de este tipo de alimentos en buen estado.

Frutas y hortalizas: se calcula que se desperdician un 45%. Alimentos tan sencillos de consumir y se pierden casi la mitad de su producción.

Legumbres: se calcula que el 22% de la producción se pierde.

Cambios que todos podemos hacer para evitarlo

El cambio empieza por uno mismo. El panorama es dramático, tal y como os hemos explicado con datos de la FAO. Sin embargo, más allá de que los estados deban buscar cómo cambiar la actual agricultura y ganadería industrial, el propio consumidor ciudadano puede poner su propio granito de arena en un cambio de costumbres. Estos serían algunos de los pequeños cambios que podemos hacer todos:

  • Comprar de forma inteligente planificando comidas
  • No fijarse en el aspecto de las frutas y las hortalizas
  • Fijarse siempre en las fechas de caducidad
  • Acostumbrarse a leer siempre el etiquetado
  • Aprovechar las sobras: aprende a reciclar la comida
  • Transforma los restos alimentarios para abono para las plantas

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ACTUALIZACIÓN 2020

El año 2020 se ha visto sacudido hasta los cimientos por la llegada de la pandemia del Covid-19. Su presencia ha provocado no únicamente la devastación sanitaria y humana, sino también una crisis económica sin precedentes. Además, su virulencia activó algunos mecanismos en la población como el de la compra excesiva de alimentación y productos sanitarios. 

Todos recordamos las imágenes televisivas de personas lanzándose  dentro de los supermercados en busca de comida, bebida y del tan deseado papel higinéico. Todo ello, a pesar de las declaraciones del gobierno indicando que estaba asegurado los productos de primera necesidad para toda la población. 

¿Las consecuencias? A los ya dolorosos números de desperdicio alimentario en España se le sumó un aumento del 12% durante las primeras semanas de confinamiento. La razón es sencilla: se compró tanto que no se pudo consumir tanta comida.

Estos datos provienen de un estudio publicado en la revista ‘Science of the Total Environment’ en el que participaron investigadores de varias universidades españolas y una peruana. También calcularon el coste económico que esta mala gestión de la compra provocó en los bolsillos de los españoles: un gasto extra de 4’7€ semanales durante el confinamiento. 

 

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