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Pedro Pablo G. May

Periodista y escritor nacido en Madrid (1963). Como periodista, suma cerca de 40 años de profesión trabajando en medios impresos, audiovisuales y on line. En la actualidad, es adjunto a la dirección en Efeverde, la plataforma de información ambiental de la Agencia Efe donde, entre otros cometidos, dirige y presenta los programas de radio Mangas Verdes y Átomos & Bits. Como escritor, ha publicado una veintena de libros de divulgación y ensayo histórico, así como cuatro novelas y numerosos relatos, además de cosechar diversos premios literarios.

Los dos principales problemas de la ecología en España son la inactividad de las administraciones y la ideologización de la actividad

Preguntas y Respuestas

Como presentador de Mangas Verdes, de la Agencia EFE, eres uno de los grandes referentes del periodismo ecológico. ¿Crees que España está bien informada en temática sobre el medioambiente?

Lo de ser “gran referente” no me lo creo pero, si es así, la palabra que me viene a la cabeza es “responsabilidad”. Y la actitud a tomar es la de intentar trabajar cada día más y mejor. Personalmente, todo lo relacionado con la Naturaleza me ha interesado desde siempre, aunque me dedico de forma exclusiva a la información ambiental en Efeverde sólo desde 2014. Aún así, en este tiempo esta redacción me ha permitido tener un panorama bastante detallado de cómo están las cosas en España y diría que cada vez hay más interés en estos temas. Sin embargo, aún se trata de asuntos minoritarios a los que no se les da la importancia real que tienen. Además, demasiado a menudo se tratan de manera fragmentaria. Falta visión global.

Además, estar en EFEVerde te ha permitido ver la evolución de la ecología en España durante los últimos años. ¿Podrías hacernos una radiografía de la situación actual de la ecología y del consumo sostenible en nuestro país?

Ahora mismo, me da la sensación de que los dos principales problemas de la ecología en España son, por un lado, la inactividad de las administraciones (más ocupadas en medidas electoralistas a corto plazo que en la aplicación de otras necesarias pero no tan lucidas para el público a medio y largo) y, por otro lado, la ideologización de la actividad (se identifica ecologismo con los partidos de izquierdas, cuando debería ser una cuestión de importancia para cualquier partido, sea de la tendencia que sea).

Por lo demás, existe cierta confusión en torno a lo que es la ecología y el comportamiento ecológico, que se confunde con otros temas, como por ejemplo, el animalismo. Un ejemplo de esto son las cotorras argentinas, una especie invasora muy perjudicial tanto para la flora como para la fauna españolas y que aún estamos a tiempo de erradicar, pero contra la que no se actúa en gran medida por el temor a la reacción de los animalistas que, a menudo, están imbuidos de cierto “espíritu Disney” respecto a los animales y funcionan más por la vía emocional que por la necesaria lógica. Con el consumo pasa un poco lo mismo: no se trata de no consumir, sino de hacerlo con cabeza. Por el mero hecho de vivir consumimos recursos, no existe el consumo cero.

Pero tenemos líderes políticos que se hartan de hablar de sostenibilidad y a la hora de la verdad usan el avión hasta para ir a por el pan. Son el reflejo de una sociedad incoherente, ciudadanos que dicen estar muy preocupados por la deforestación del Amazonas pero a los que le da igual cuidar los arbolitos de su barrio. En el fondo, creo que el problema principal es la educación (no sólo la ambiental). O, mejor dicho, la falta de ella. Educar a los ciudadanos (con la asunción de responsabilidad individual que debe conllevar esa educación) es la gran asignatura pendiente en la España del siglo XXI.

aprendizaje de lo esencial

 

Cada vez hay más webs, blogs y podcasts que tratan sobre ecologismo. ¿Crees que está de moda esta temática de información o han llegado para quedarse?

Ambas cosas. La información medioambiental está de moda y, por fin (después de un largo período de crisis en el periodismo a raíz del caos financiero generado en 2008), parece que está empezando a remontar con la aparición de nuevos medios. Y cada vez se habla más de crisis climática, objetivos de desarrollo sostenible o energías renovables, a veces porque resulta muy cool en ciertos ámbitos, da cierto caché moral, aunque uno en el fondo no crea en ello.

El punto de inflexión fue la COP21, la Cumbre de París, en diciembre de 2015, cuando de pronto una larga lista de jefes de Estado y de gobierno asumió la importancia de estos temas. Muchas personas que no los habían tomado en serio hasta ese momento empezaron a hacerlo no porque estuvieran convencidas sino porque esos líderes lo hicieron. No se habían preocupado antes, pese a las 20 cumbres anteriores. Esto es un ejemplo de la importancia que tiene el hecho de que figuras relevantes muestren su interés por el medioambiente de manera pública. De todas formas, este tipo de información se va a ir haciendo cada vez más importante por muchos motivos: crisis alimentaria, guerra por el agua, incidencia en la salud de la contaminación, etc. En realidad, estamos hablando de un tema transversal que está ya ganando peso día a día en la información general.

¿Cuáles son las principales dificultades para poder hacer un periodismo ecológico de calidad?

La principal es el dinero, como en cualquier otro tipo de periodismo. Aparte de formación, honestidad, capacidad de trabajo, etc (características comunes a colegas de otros ámbitos como el político o el deportivo), alguien tiene que pagar al periodista ambiental por su trabajo. Sin embargo, la financiación es escasa. La nuestra es una profesión inmersa en una crisis muy seria a raíz de la aparición de Internet, que se ha agudizado con las redes sociales. De pronto, hay muchas personas que, por el mero hecho de saber juntar frases, se creen periodistas y actúan como si lo fueran publicando cualquier cosa en cualquier momento. Las consecuencias están a la vista: proliferación de bulos, análisis basados en informaciones parciales, ausencia de fuentes fiables, noticias falsas que fueron desmentidas en su momento pero vuelven a viralizarse, manipulaciones fotográficas y ahora también en formato video…

Todo ello conduce a un espectacular caos de datos, cifras e informaciones que en el mejor de los casos son opiniones, cuando no manipulaciones descaradas. Un caos en el que el ciudadano corriente se ahoga, por simple imposibilidad de contrastar todo eso. Un colega de un diario económico me comentó en una ocasión que él era muy pesimista respecto al futuro del periodismo a corto plazo, pero optimista a largo pues en su opinión la gente acabaría cansándose de no saber si lo que lee es real o no y terminaría exigiendo la presencia de profesionales de la información (y pagando por su trabajo). Yo no lo tengo tan claro.

fake news

Respecto a las fake news realizadas por los negacionistas, ¿crees que el ciudadano medio les da validez?

Como dice el clásico, es mucho más fácil engañar a la gente que convencerla de que ya ha sido engañada. No hace falta ser periodista para entender eso: basta con abrir los ojos a la vida diaria. Nos engañan (o lo intentan, al menos) constantemente no ya los negacionistas sino casi cualquiera que tiene algo que decir y que trata de convencernos de su mensaje particular en todos los ámbitos, en absolutamente todos: desde la política a la finanza, pasando por la historia, la economía o la religión. Un ejemplo: Angela Merkel pasó en un momento dado por ser una gran ecologista debido a su política de cerrar centrales nucleares pero esa decisión ha llevado a Alemania a producir más CO2 que nunca al tener que echar mano del carbón para compensar la falta de energía nuclear…

Precisamente una de las cosas más apasionantes y divertidas del periodismo (y de las más amargas, también) es la posibilidad de ir más allá del inmenso escenario de apariencias, mentiras e intereses donde se representa la gran obra de teatro y observar tras bambalinas lo que está pasando de verdad, con lo que la vida cobra el sentido que a veces a primera vista parece no tener.

El periodismo ambiental no es una excepción y sus audiencias, tampoco. Por desgracia, el ciudadano medio se cree cualquier cosa siempre que se la presenten bien “empaquetada”.

Además de periodista eres escritor con un buen número de libros publicados. En muchos de tus libros, la historia tiene mucho que ver. ¿Qué acontecimiento histórico crees que significó el pistoletazo de salida de esta conciencia ecológica cada vez más común en la sociedad?

Le daré la vuelta a la pregunta y, por tanto a la respuesta: en realidad, en la Historia que conocemos hay un acontecimiento especialmente importante, y cercano a nosotros, cuando uno piensa en la inconsciencia ecológica y es la revolución industrial. La arrogancia anglosajona del siglo XIX infectó al resto de la humanidad y la convenció de que somos capaces de dominar este mundo y aún otros gracias a nuestra inventiva y nuestro desarrollo tecnológico. Esquilmar recursos, contaminar, destruir ecosistemas…, entraba en esa lógica de que todo lo que hay en el planeta está para ser usado a discreción por los humanos y cualquier problema que genere esta actitud depredadora podrá ser resuelto en el futuro por la tecnología. Pero no es así. En los últimos años, de forma gradual, ha ido despertando por fortuna en mucha gente el recuerdo de lo que pensaban nuestros ancestros, que tenían mucha más conciencia ecológica que nosotros, porque vivían mucho más cerca de la Naturaleza (más, cuanto más atrás nos remontemos en el tiempo) y entendían sus ritmos.

Nosotros nos hemos aislado en cárceles físicas de hormigón, metal y cristal y, peor, en cárceles psicológicas basadas en pantallas de todos los tamaños, además de haber destruido todo tipo de creencias y religiones (muchas de las cuales incluían el precepto de respeto a la Naturaleza) para enfangarnos en el culto monoteísta al “dios” dinero. Nuestros antepasados comprendían, sobre todo, que no vivimos aparte y por encima de la Naturaleza, sino al contrario: que formamos parte de ella y, como partes de un Todo, jamás podremos dominar al Todo sino que deberíamos contribuir a su equilibrio y bienestar.

Deberíamos visitar lugares desérticos más a menudo para recordar esto. Cuando uno está solo en una montaña, en medio del mar, bajo las estrellas…, es más fácil ser consciente del escaso poder que en realidad tenemos y de la necesidad de respetar a nuestro entorno, al planeta entero, y cuidar de él. La Tierra puede vivir sin nosotros, pero nosotros sin ella, no.

Eso es lo que no termina de entrar en la cabeza de tantas personas obsesionadas con “progresar”: que jamás seremos capaces de provocar el fin del mundo, pero sí podemos, ahora mismo incluso, provocar el fin de la humanidad.

Cada vez son más frecuente acciones de greenwhasing. ¿Hay alguna forma de desenmascarar esta estrategia?

Una regla del pensamiento positivo es que uno debe actuar como si realmente fuera aquello que desea ser para poder llegar a serlo de verdad algún día. Por esa razón, el greenwashing no me parece tan grave si realmente contribuye, en su nivel, a hacer más verde el mundo. Por ejemplo, una empresa puede incluir normas de eficiencia energética en su fábrica no porque crea en ellas sino para utilizarlas luego en su publicidad y colgarse la etiqueta de compañía que se preocupa por el medioambiente. No importa entonces por qué lo hizo, sino que lo hizo y eso ha beneficiado de verdad al entorno. Otra cosa es la estafa y el engaño, como esas marcas lácteas que vendían líneas de yogures como “bio” y con etiquetas verdes cuando no lo eran: todo se reducía a una trampa publicitaria. Ahí tienen que intervenir, además del control de las administraciones, las denuncias de las asociaciones de consumidores y las organizaciones no gubernamentales, y los periodistas tenemos que contarlo.

Por el contrario, muchas empresas están convencidas al 100% de que o se hacen las cosas bien, respetando el medio ambiente, o no se harán. Sin embargo, no tienen el mismo tipo de altavoz. ¿Los medios somos culpables de esta falta de visibilidad?

Personalmente, me interesa contar historias de empresas españolas que lo están haciendo bien. De hecho, hay muchas que están aportando grandes cosas. El problema es que el periodismo medioambiental es todavía muy joven y tiene una visibilidad relativa en los medios de comunicación (sobre todo en los más grandes). La excepción la confirma un puñado de grandes periodistas especializados que llevan muchos años trabajando en esto.

En el caso de Efeverde, tenemos a nuestro director, Arturo Larena, que entre otras cosas es Premio Nacional de Medio Ambiente. Por iniciativa suya y con su expresa implicación, en nuestra redacción hemos puesto en marcha y mantenemos desde el principio del proyecto varias becas de especialización en información ambiental para jóvenes periodistas.

Formamos a estas personas durante todo un año y muchas de ellas encuentra trabajo con relativa rapidez al finalizar ese tiempo con nosotros. Cuando terminan, lo hacen con una percepción de la información ambiental que esperamos les dure durante toda su carrera.

Algún día, esos becarios llegarán a puestos de redactores jefes o directores de periódicos, radios o televisiones. Entonces, estarán capacitados para imprimir a los medios donde trabajen esa sensibilidad ambiental que intentamos transmitirles.

¿Qué alternativas tiene el consumidor responsable para saber qué productos son efectivamente respetuosos con el medio ambiente y éticos con las personas?

Cada vez son más las marcas que incluyen la certificación y la trazabilidad en sus productos, en un intento loable por garantizar eso. No obstante, me da la impresión de que es algo que escapa a nuestro control: es imposible comprobar la información de cada una de las marcas que adquirimos. Un ejemplo dramático respecto a esa imposibilidad real de control lo tuvimos el año pasado, cuando la ONU reconoció haber ocultado durante más de 15 años los abusos infantiles a gran escala por parte de trabajadores de varias decenas de ong humanitarias, incluyendo algunas muy famosas. Hubo un gran escándalo entonces, aunque enseguida se tapó el tema. Así que ¿quién nos garantiza que en el tema medioambiental los que dicen ser completamente respetuosos en su producción lo son de verdad? Queremos confiar y creer que así es pero si algo te enseña la experiencia es que sabemos mucho menos de lo que creemos saber, que las cosas a menudo no son lo que parecen y que la vida no es algo fijo sino en constante cambio.

Otro ejemplo: Europa está embarcada en una cruzada contra el plástico, lo que está muy bien, pero resulta que el 90% de los plásticos que acaban en el mar son de origen asiático o africano, donde nadie se preocupa demasiado por este tema. Así que mi papel como consumidor es similar a mi papel como periodista: trato de ser lo más honesto posible y también, lo más coherente, dentro de mis limitaciones y sin culpas añadidas. Me importa más comprar sólo lo que necesito, sin consumir más de lo necesario, y preferentemente producto local.

Clickoala es un buscador de productos y servicios sostenibles confiables. Remarcamos el concepto confiables, porque no existe un sello único que garantice al ciudadano que está consumiendo de forma ética. ¿Podrías decirnos algunos sellos en los que sí se puede
confiar?

No recomiendo nunca sellos, ni a favor ni en contra, por las razones expuestas en la contestación anterior. Cada cual debe tomar sus decisiones y es bueno que así sea: que cada uno compruebe por sí mismo si algo funciona o no.

Y en el otro lado de la balanza, ¿has detectado alguno que no cumpla con lo que prometen validar?

Me remito a la última respuesta.

¿Qué referente nos recomiendas entrevistar para poder compartir consejos sobre consumo responsable? ¿Qué pregunta le harías?

Hace unos meses entrevisté a Jonathan Zarzalejo, de Too good to go, la aplicación para poner en contacto a vecinos de un barrio con negocios de alimentación de ese barrio. Me pareció una iniciativa interesante para evitar el desperdicio alimentario, el despilfarro de recursos y la generación de residuos, así como para potenciar el consumo responsable.

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